Hasta los ocho años Enhamed miraba una piscina y se quedaba
fuera, ya que no sabía nadar aunque siempre había querido aprender. Enhemed era
un chico que jugaba en el Parque Santa Catalina y en Las Canteras con sus
amigos, como todos los de su edad. Pero él ya era distinto, se crió en Gran
Canaria mientras sus padres vivían en el Sáhara.
Un glaucoma le quitó la vista a los nueve años. Para él la
ciudad se convirtió en una jungla llena de barreras. La arena del desierto
saharaui enferma los ojos de muchos niños por lo que sus padres pensaron que en
Gran Canaria podría salvarse de ese peligro. Pero el destino no siempre
coincide con los deseos, y la enfermedad le llegó.
En medio de la oscuridad alguien dio la mano a Enhamed y lo
invitó a entrar en la piscina de Julio Navarro. La vida le cambió de repente.
“Fuera del agua todos son obstáculos, dentro puedo ser todo
lo que yo quiera”. Ha contado Enhamed para El Correíllo.
Enheimed nos ha demostrado que siempre hay alguien dispuesto
a saltar las barreras.
Él nadó en Beijing animado por miles de personas de todos
los países, batió dos records mundiales y consiguió cuatro medallas de oro.
Una vez más podemos comprobar que el deporte ayuda a las personas discapacitadas a sentirse como los demás y olvidarse de sus problemas físicos.
La natación, en concreto es una de las mejores formas de integración y de autoconfianza, ya que la práctica de la natación incremente la capacidad física, lo que a su vez da mayor estabilidad psíquica. Con una mejor condición física y psíquica, crece nuestra confianza teniendo mayores posibilidades de afrontar el trabajo cotidiano.
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